El “eje bolivariano” busca que el nuevo foro reemplace a la OEA. Pero los demás países se oponen. Los objetivos no se definen y hay muchos intereses contrapuestos.
Por Facundo F. Barrio
Nació para aceitar la integración regional, pero en la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac) cada cual atiende su juego. La cumbre fundacional del flamante foro americano, que excluye a los Estados Unidos y Canadá, arrojó pocas definiciones sobre los alcances y atributos que tendrá el nuevo espacio.
La cita en Caracas fue como una canasta en la que cada uno depositó sus propios intereses y expectativas, aunque allí se mezclaran con otros más o menos contrapuestos. Insuficiente esfuerzo para alcanzar siquiera un consenso sobre la naturaleza del organismo.
Lo que más claramente dividió las aguas fue la posición del “eje bolivariano”, expresada por el anfitrión en Venezuela, Hugo Chávez, y su par ecuatoriano, Rafael Correa. Ambos mandatarios arremetieron contra la Organización de Estados Americanos (OEA), fundada por iniciativa de Washington, a la que señalan como un “instrumento” de los Estados Unidos.
Chávez y Correa fueron explícitos al expresar su deseo de que la Celac se concibiera como una “organización” capaz de desplazar paulatinamente en sus funciones a la OEA.
Pero esa postura no tuvo eco en la mayoría de las delegaciones. Brasil, el gran actor regional, no parece compartir la necesidad de Venezuela y Ecuador de confrontar directamente con los Estados Unidos. “A Itamaraty no le interesa utilizar la Celac como tribuna contra la OEA y Washington ni le conviene sumarse a la retórica antiimperialista de Chávez”, dijo a PERFIL Pablo Gentili, director de Flacso en Brasil. “En todo caso, un espacio libre de la hegemonía de los Estados Unidos le sirve para proyectar su liderazgo regional, pero con un criterio pragmático y sin histrionismo”, agregó.
Frente al proyecto bolivariano, otros países se pronunciaron por la constitución de la Celac como un foro político regional, sin una estructura burocrática y administrativa demasiado extensa y con posibilidades de actuar en paralelo a la OEA. Ese espíritu quedó impreso en la Declaración de Caracas, donde se definió al nuevo bloque como un “mecanismo representativo de concertación política, cooperación e integración de los Estados latinoamericanos y caribeños”.
Presidentes y cancilleres de países aliados a Estados Unidos en mayor o menor medida, como Colombia, Chile, Costa Rica y México (aunque su presidente, Felipe Calderón, fue uno de los mayores impulsores de la Celac), defendieron esta opción por una versión “soft” de la Celac.
Creen que, al menos por ahora, el bloque no necesita un secretario ejecutivo ni un presupuesto propio. El canciller costarricense, Enrique Castillo, lo dijo sin matices: “Una ‘organización’ significaría edificios, plantilla de personal y una burocracia que no nos convendrían, porque sería duplicar a otras organizaciones que ya existen”.
Uruguay y la Argentina también adscriben a esa mirada. Así lo hicieron saber el jueves los cancilleres Luis Almagro y Héctor Timerman. En el caso argentino, la Celac representará un nuevo desafío: combinar con efectividad una dosis de moderación frente a Caracas y otra de presencia regional frente al avance hegemónico de Brasil.
La naturaleza del nuevo espacio no fue lo único que generó divisiones. Los jefes de Estado no alcanzaron un acuerdo sobre cuál será el mecanismo para tomar decisiones: si por votación o por consenso. Ecuador había presentado una propuesta para evitar la fórmula del consenso, un proceso arduo y trabajoso que permitió a Chávez bloquear iniciativas que no eran de su interés en otros foros internacionales. La definición sobre ese punto debió patearse para dentro de un año.
“Ahora vamos a trabajar y a llevar a la realidad todos estos compromisos. Que no se queden en el papel, estamos seguros de que así será”, reclamó Chávez en el cierre de la cumbre, como si los puntos en común hubieran sido realmente significativos. La Casa Blanca, por su parte, no mostró demasiada alarma y saludó la fundación de la Celac. Por ahora, Washington no se siente amenazado.
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