Si hay algo que caracteriza a los países latinoamericanos y del Caribe es la desigualdad. Algo a lo que la escuela no escapa. La problemática es desarrollada en el libro “Pedagogía de la igualdad. Ensayos contra la educación excluyente” (Siglo XXI Editores y Clacso) por Pablo Gentili. El autor, un reconocido pedagogo argentino radicado en Brasil, tiene la virtud de abordar el drama y los desafíos educativos que tienen los sistemas escolares, pero al mimo tiempo rescatando el mensaje esperanzador que guarda la escuela.
“Pedagogía de la igualdad” reúne una serie de ensayos de Pablo Gentili donde el principal debate que está en juego es cómo se ejerce el derecho a la educación. “El sentido del libro plantea los desafíos del sistema escolar en América latina y el Caribe pero también marca los avances y contribuciones que en educación tiene”, dice Gentili en diálogo con LaCapital.
Asegura que “la escuela ha conseguido más conquistas y ha realizado muchas más oportunidades a los niños y niñas más pobres de nuestros países, aunque paradójicamente por esa misma razón es condenada como una institución ineficaz”. “Es muy raro —agrega— escuchar a un analista criticar al mercado de trabajo, que es lo más injusto en nuestras sociedades, que limita derechos laborales, de la gente. Sí, en cambio, es común escuchar sobre de los problemas que tiene la escuela, a la que se le echa la culpa de todo”.
Por eso afirma que “Pedagogía de la igualdad” es un libro que trata de rescatar “esa utopía de la formación educativa que ya está en la escuela, donde a pesar de todas sus deficiencias se construyen puentes a las personas, siendo la única institución pública que en estos países tan desiguales todas las mañanas abre sus puertas para recibir a niños y niñas”.
—En la mayoría de los países de la región ha crecido la cobertura educativa y aun así persisten las desigualdades. ¿Cómo analiza esta situación?
—Ocurre que al mismo tiempo que avanzaron las tasas de escolarización también vinieron más complejos los procesos de exclusión dentro del sistema escolar. Hoy una misma cantidad de años de escolarización exige cosas muy diferentes para los niños y niñas y jóvenes no sólo dentro de los países de América latina sino dentro de una misma ciudad como Rosario. Es decir, 10 años de escolarización para algunos pueden ser el inicio de un proceso que va a concluir abriéndoles las mejores oportunidades de empleo y de bienestar, pero para otros puede ser el fin de una carrera por la falta de oportunidades. No necesariamente la permanencia dentro de un sistema escolar es un sinónimo de garantía del derecho a la educación. Esto pasa cuando las condiciones de educabilidad de esos niños y las propias de trabajo con las escuelas no son las básicas y necesarias para asegurar que la permanencia haya sido una experiencia efectiva.
—¿Los programas educativos compensatorios o aquellos más inclusivos como la asignación universal por hijo (AUH) pueden ayudar a cambiar el panorama?
—Claro. El problema aquí es que en sociedades desiguales hay ofertas educativas desiguales. Por eso pretender cambiar esta realidad con políticas estrictamente educativas puede tener un efecto muy limitado. El problema de la desigualdad educativa es una de las tantas consecuencias de la desigualdad social, por lo tanto lo que hay que reducir es la desigualdad social. No estoy desconsiderando aquí los programas específicos, pero no hay que ubicar una sobrecarga de responsabilidad a la escuela. Esta es una institución donde se deposita una gran parte de estas injusticias que todos vemos a nivel extraescolar, y a la que se le pide que las resuelva. Entonces la escuela puede hacer mucho para disminuir estos problemas, pero lo que configura a los sistemas educativos injustos no son variables estrictamente pedagógicas o escolares. Por ejemplo, la AUH es un avance en tanto que es una herramienta redistributiva que permite mejorar las condiciones de vida de las personas. En la Argentina ha tenido un efecto importante en la disminución de la desigualdad y la pobreza. Ahora también hay que mejorar las condiciones de vida de los más pobres, las formas de redistribución del ingreso, de la distribución de la tierra y de la riqueza, todas las condiciones que hacen que nuestras sociedades no dejen de ser desiguales.
—¿Qué otras diferencias se mantienen en los sistemas escolares de la región?
—Hay otras desigualdades en nuestras sociedades como la de género. En educación ha habido una verdadera revolución de género, al menos en las oportunidades para las mujeres, sin embargo las marcas de la desigualdad e injusticia social de género se mantienen. Y eso no lo resuelve solo la escuela. La escuela puede contribuir a hacer evidente esta desigualdad, a construir saberes para que niños y niñas y jóvenes entiendan cómo se dan estos procesos de discriminación, que tienen su origen en una distribución de trabajo profundamente sexista. El mercado de trabajo es discriminador, racista y antidemocrático, entonces para tener mejores sistemas escolares tenemos que tener sistemas con mejores opciones laborales, sino los avances que se dan en el sistema escolar se diluyen en la sociedad. Y luego, se dice que “el problema es de la escuela, que no les dio buena formación”, etcétera. Pero eso no es otra cosa que el argumento justificatorio de un proceso de discriminación que hoy opera por fuera del sistema escolar.
—Es decir, ¿de alguna manera genera un circuito que remite constantemente a la pregunta de cómo superar las desigualdades?
—Exactamente. Hay un proceso de construcción de desigualdades en nuestras sociedades en el cual la escuela tiene un papel, sin embargo nuestro sistema educativo es mucho más democrático que nuestras sociedades. La escuela lo es. Si uno compara los niveles de democratizaciones en los niveles de permanencia es una institución más justa. Aún con todos los déficits que tienen nuestros sistemas escolares están mucho mejor que nuestras sociedades. El problema es que los sistemas son desiguales porque nuestras sociedades siguen siendo injustas y desiguales. Por eso mismo, los esfuerzos que realizan nuestros maestros y maestras para ofrecerles mejores condiciones a los niños no pueden ser considerados como un fracaso y a los mismos como responsables de los males de la sociedad.
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