Un fenómeno preocupante que crece en América Latina
Jorge Werthein y Miriam Abramovay
Las variadas tragedias que han estado ocurriendo en las escuelas de tantos países, como la acontecida recientemente en Río de Janeiro, avisan de un fenómeno que viene sucediendo desde hace muchos años y que implica una diversidad de manifestaciones de violencia en varios órdenes. Al leer con atención las noticias, éstas revelan que el fenómeno implica violencias de toda especie, cuyos actores son tanto los alumnos como los adultos de las escuelas: una maestra, el mismo día de la masacre de Río, amenazó a los alumnos con la siguiente frase en el pizarrón: “Quédense quietos o uso mi AR-15, de 3,5 m de caño, que tengo en mi bolso. El arma es automática…”. La policía suele encontrar armas en mochilas de alumnos; los videos con imágenes de las agresiones a los alumnos invaden Internet. En nuestras escuelas tenemos formas de violencia física y verbal donde las amenazas, el racismo, la discriminación, el ingreso de armas, los robos y las violencias sexuales ocurren todos los días.
Pero es evidente que la tragedia de Río de Janeiro y anteriormente la de septiembre de 2004 en Carmen de Patagones nos dejaron algunas lecciones que debemos aprovechar. Una de ellas se revela al detenernos en la historia personal del responsable del ataque criminal que segó la vida de 12 niños en Brasil. Las evidencias demuestran que, en su infancia, él mismo fue una víctima del bullying (acoso escolar), precisamente cuando estudiaba en la misma escuela en la que, años más tarde, entraría para matar y morir. Este tipo de violencia es demasiado frecuente y suele provocar traumas irreversibles en sus víctimas. Es lo que se denomina microviolencia, que la mayor parte de las veces pasa inadvertida para la institución implicada, que ni siquiera lo considera un problema.
Desde hace décadas, los investigadores vienen alertando sobre la urgencia de atender el fenómeno de la violencia en las escuelas, especialmente la violencia intramuros, es decir, entre los estudiantes y entre éstos y sus docentes u otros miembros de la comunidad escolar. Está comprobado que el denominado ambiente escolar suele interferir con el proceso de enseñanza y de aprendizaje, haciendo más vulnerable la escuela.
Al encuestar a más de dos mil personas sobre cuál sería el mayor problema actual de la educación brasileña, Ibope registró que para el 50% de los entrevistados los más graves eran la inseguridad y el uso de drogas en las escuelas. En la investigación, realizada en 2009, esta preocupación aparecía tanto en las clases sociales con un ingreso familiar entre los 5 y los 10 salarios mínimos (el 56% de los entrevistados de ese segmento señaló el problema como el principal) como en las clases económicamente acomodadas (el 46% afirmó lo mismo). Durante el mismo año, la Secretaría de Educación del Distrito Federal (Brasilia) difundió el informe “Revelando tramas, descubriendo secretos: violencia y convivencia en las escuelas”, resultado de la exhaustiva investigación de las relaciones sociales y del ambiente escolar en el DF. El informe apuntaba que alrededor del 75% de los alumnos de la red pública local ya habían vivido situaciones de violencia verbal e insultos agraviantes en las aulas. Se trata, por lo tanto, de una cuestión más que visible, que carece todavía de las correspondientes acciones efectivas, vinculadas a políticas públicas de largo plazo. La misma investigación muestra que el 38% de los alumnos del DF vio alguna vez armas de fuego en su escuela, cuando no fueron ellos mismos quienes ingresaron el arma.
La facilidad con que los jóvenes pueden adquirir armas en América latina debería ser motivo de preocupación. La reciente investigación de Unicef y Flacso realizada en la Argentina con alumnos de los tres últimos años del secundario muestra que el 71% de los estudiantes presenció peleas entre sus pares, el 66% fue testigo de humillaciones entre ellos, el 25% vio compañeros con armas blancas en la escuela y el 6% con armas de fuego. Respecto de los docentes, el 15% de los alumnos afirma que fue objeto de gritos amenazadores, el 7% dice haber sido humillado públicamente y un 0,9% fue agredido físicamente, mientras que 1,5% indica que agredieron físicamente a un docente.
La escuela, por lo tanto, no se presenta como un lugar de seguridad y protección para nuestros niños, adolescentes y jóvenes, sino como un espacio que reproduce en escala la violencia existente en la sociedad, impidiendo con ello tanto el espacio como la tranquilidad necesarios para desarrollarse y crecer, lo que también implica madurar las relaciones interpersonales.
Como sabemos, semejante situación de violencia no es reciente. Sólo que ahora la mayor visibilidad del problema -debida, en parte, a los nuevos medios de comunicación, sobre todo como aquellos que operan mediante la red mundial de computadoras- favorece su identificación y las posibilidades de enfrentarlo. Es que, antes que nada, debemos percibir su existencia. Es sorprendente que todavía haya educadores -y países- que no se percaten de la cantidad de formas en que se manifiesta la violencia escolar, y que el bullying es sólo una de ellas.
En relación con la violencia en la escuela, no hay un culpable sino muchas víctimas, entre alumnos, docentes, directores y padres. La solución al problema pasa por la acción conjunta de los familiares, los educadores, el gobierno y la sociedad civil, sin olvidar los medios de comunicación. Todos deben participar colaborando en la formación de los niños y de las niñas, los adolescentes y los jóvenes, dentro y fuera del ambiente escolar.
Proyectos de convivencia escolar pueden llegar a modificar situaciones de violencia, como también toda estrategia de intervención, incluyendo los diagnósticos que permitan conocer la realidad de las escuelas, para tratar de modificarla. Esos proyectos deben hacerse viables, de preferencia dentro de un espectro más amplio que involucre al entorno de la escuela, las familias, los vecinos, la policía, etc. Como la violencia en las escuelas es un fenómeno globalizado, en muchos países se hace constante referencia al bullying , aunque cabe señalar que su frecuencia, como la de todo tipo de violencia, es mayor en las sociedades discriminatorias y excluyentes, poco comprometidas con la equidad. Por lo tanto, enfrentar la violencia implica enfrentar también las desigualdades, las discriminaciones, las arbitrariedades y las injusticias, para lo cual tenemos que generar propuestas que vayan más allá del problema específico del bullying .
Por lo general, en los momentos de elevada tensión, la represión aparece como una solución mágica, instantánea. Sin embargo, no resuelve los problemas internos de la institución escolar. Las medidas preventivas podrán tener un mayor efecto a largo plazo, mediante una comprensión y un abordaje más profundos. Incluir la cuestión de la violencia en las escuelas en los cursos de formación de los docentes, implementar en las escuelas programas de mediación (como los que ya se están llevando a cabo en la Argentina) que, entre otras acciones, promuevan el diálogo entre los principales actores del proceso educativo, y convocar a los padres para un diálogo más sist
emático con las instituciones de enseñanza, son algunas estrategias que podrían favorecer el despertar y la preservación de una nueva cultura escolar, transformando el riesgo cotidiano en una protección cotidiana. Un ambiente acogedor dificultaría mucho el desarrollo de las psicopatías y las sociopatías. La represión sólo tendría sentido si todo lo demás fallase, incluyendo la educación como valor. Y tragedias como las de Carmen de Patagones y Río de Janeiro se pueden repetir.
Jorge Werthein es doctor en Educación y presidente de Sangari Argentina.Miriam Abramovay, socióloga, coordina el área Juventud y Políticas Públicas de Flacso/Brasil
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