Mercosur – Brasíl
Brasil – Cuando este sábado 1 de enero, Dilma Rousseff asuma como la primera presidenta del Brasil, se irá el hombre que dio un vuelco fenomenal a la realidad de su país, Lula Da Silva, el político que se retira con el apoyo de más del 87% de su pueblo, un hecho único en el mundo. Su sucesora, enfrentará varios desafíos, entre ellos, de que Brasil sigue siendo uno de los países líderes del planeta.
La investidura de Dilma Rousseff como primera presidenta de la historia de Brasil tendrá como protagonistas a varias otras mujeres, entre ellas la hija de la gobernante, Paula, y once ex militantes de izquierda que fueron compañeras de cárcel de la mandataria en los años 70.
“No nos vemos desde hace 40 años, desde que pudimos salir de la Torre de las Doncellas”, reveló una de las invitadas a la fiesta, la economista María Lucia Urban, al aludir al apodo dado al sector femenino del penal Tiradentes, de San Pablo.
Además de la fiesta, Rousseff reservó la Nochevieja para reencontrarse con sus antiguas compañeras de celda: las invitó a festejar juntas la llegada del año nuevo.
Según fuentes de la Presidencia, la política de 63 años, que es divorciada, decidió por otra parte que su hija Paula la acompañará en el trayecto entre la Catedral de Brasilia y el Congreso, donde jurará como sucesora de Luiz Inacio Lula da Silva en el gobierno de Brasil.
El automóvil del desfile -un Rolls Royce descapotable modelo 1953 o un vehículo cerrado, en caso de lluvia- será escoltado por otras seis mujeres, agentes de la Policía Federal elegidas personalmente por Rousseff.
Carisma y liderazgo de Lula
Para entender el éxito de Lula hay que adentrarse en dos rasgos de su biografía. En primer lugar, sus orígenes humildes, su vida de trabajador que le conectó con el votante medio y los sectores populares. Como recordaba recientemente el mismo Lula da Silva: “No es habitual que un pobre que huye por hambre en Caetés (municipio de Pernambuco), se vuelva presidente de la República. En eso está el dedo de Dios”.
Sebastián Piñera lo describía bien cuando aseguraba que “los hombres que luchan toda la vida son los imprescindibles”. Esos orígenes otorgaron legitimidad popular a su liderazgo como David Fleischer explicó a Télam: “el personalismo es una característica del electorado brasileño que Lula da Silva supo aprovechar para consolidar su liderazgo, es un modo en que los brasileño se relacionan con la política por sobre encima de los partidos”.
Hugo Chávez incluso llegó a considerarle una especie de líder de los sectores populares latinoamericanos: “estoy seguro que los que votarían por mí votarían por ti, si pudieran hacerlo, y los que votan contra mí votarían contra ti, si pudieran (…) Igualmente los que votaron por ti, perdonen si parezco pretencioso, si vinieran a votar aquí, votarían por Chávez, así como votarían por Evo Morales, Kirchner, Ortega o por Michelle Bachelet en Chile”.
En segundo lugar, no es posible comprender a Lula sin recordar su procedencia sindicalista, no marxista, donde se acostumbró a negociar y a ser pragmático. Ese pragmatismo le permitió mantener el legado de su (odiado) antecesor Fernando Henrique Cardoso dando continuidad a los pilares económicos que han sustentado el despegue de Brasil.
Clovis Rossi en un artículo en el diario El País recordaba cómo “Brasil empezó a recorrer el camino que lo ha llevado a despertar la presente admiración global. ¿Lula no tuvo nada que ver en eso? Sí, tuvo que ver, y mucho. Primero, porque echó al basurero de la historia todas las propuestas radicales de su partido. Las llamó, después de ser elegido en el año 2002, “bravuconadas”.
Cardoso no dudó en recordar que los mercados tenían miedo de Lula en 2002: ”el año en el que (Lula) asumió en gobierno todo empeoró por su culpa, debido al miedo que tenían los mercados por lo que él decía que iba a hacer y que, por suerte para nosotros, no hizo”.
Brasil, la B de los Bric
Curiosamente, el mismo Cardoso en 2003 acusaba a Lula de caer, por exceso, en el otro extremo cuando dijo: “Está exagerando en la dosis” de ortodoxia económica, “al mantener tan elevados los intereses y el superávit fiscal primario”. Efectivamente, Lula da Silva apostó entonces por la moderación, la ortodoxia y la continuidad con respecto a lo hecho por Fernando Henrique Cardoso.
Ocho años después, Brasil camina por la senda de convertirse en la octava economía mundial, y es uno de los referentes del G-20. El Producto Interior Bruto ha crecido al 27,6% entre 2003 y 2009, lo que ha hecho afirmar a Lula que “el Brasil que le entregaremos a Dilma tiene la perspectiva de transformarse en los próximos seis años en la quinta mayor economía mundial”.
Eike Batista, la segunda fortuna latinoamericana, explicaba en la revista chilena Qué Pasa las razones del éxito de Brasil: “Entre 1984 y 1994 Brasil hizo todo mal. ¡Todo! Hasta que llegó al poder Fernando Henrique Cardoso. Durante ocho años estuvo arreglando al país. Creó el programa inflación cero. Así, hizo un reparo al sector financiero. Un símil de lo que los americanos hicieron en la actual crisis de 2008 por al tema del endeudamiento. Salvo que Brasil lo hizo el 97. Desde ese año el Banco Central controló a los bancos: sobre todo en su leverage (indicador del nivel de endeudamiento de una organización en relación a sus activos o patrimonio), que es mucho más bajo que el de los americanos. Por eso ellos quebraron. Nuestro país se disciplinó: se ordenaron las cuentas fiscales, el superávit fiscal y los bancos no tuvieron excesos”.
Para Batista “el presidente Lula, fuera de ser un animal político único, camina en el agua, anda sobre el agua. Entiende lo que se debe hacer y lo aplica. Crea consenso. Comprende que se deben respetar los derechos de los trabajadores, pero sabe que el empresariado tiene que generar lucro para volver a invertir más. Comprende todas esas ecuaciones simples”.
La revolución social de Lula
En política interna su gran legado es haber impulsado una política social que ha sacado de la pobreza a millones de brasileños. Se destinaron más de 100 mil millones de dólares a planes sociales (el plan Bolsa Familia), más de 30 millones de personas abandonaron la pobreza o la pobreza extrema. Nació una clase media cuando 20 millones de brasileños ingresaron al mercado de trabajo, el empleó creció un 14% y los salarios tuvieron un incremento del 53% en estos años, en el que la inflación logró ubicarse entre el 4 y 5%.
Quizá quien mejor lo explicó fue el presidente uruguayo José Mujica, para quien Lula Da Silva, le dio una “impronta muy popular a Brasil…unos 30 millones de indigentes superaron la situación casi trágica de su pasado y otros tantos saltaron de la pobreza a niveles aceptables en una sociedad de dimensiones colosales. Este logro es formidable; solo aquell
os que nunca pasaron hambre no le dan valor”.
Pablo Gentili, director de Flacso Brasil comentaba como “bajo sus ocho años de gobierno, 28 millones de brasileños salieron de la pobreza extrema; otros 30 millones ascendieron a la una nueva clase media que por primera vez es más de la mitad de la población del Brasil, y, por si fuera poco, los pobres ganaron más que nunca, y los ricos también ganaron más que nunca”.
Por estas razones, Lula da Silva se marcha de la presidencia con una popularidad que supera el 87%. Algo que supo ver con claridad Barack Obama cuando dijo al primer ministro de Australia, Kevin Rudd, que el brasileño es “el político más popular de la Tierra”. Obama señaló al presidente brasileño y dijo: “This is the guy!” (‘¡Este es el hombre!’)…I love this guy!” (¡’Me encanta este tipo!’)”.
Brasil, un nuevo world player
En el plano internacional, Lula da Silva destacó por su apuesta por la integración regional, tanto sudamericana, plasmada en Unasur, como latinoamericana, Celac.
Así lo han visto dirigentes como Sebastián Piñera: “tenemos que agradecerle por la enorme contribución que ha hecho no solo a favor de la unidad de los países latinoamericanos sino por levantar la voz de América Latina y de muchos otros países en los foros internacionales”. O Cristina Kirchner: “Juntos (Néstor Kirchner y Lula) pudieron y supieron construir una Unasur y una América del Sur totalmente diferente”.
Lula da Silva elevó a Brasil a potencia no sólo sudamericana, sino latinoamericana como reconoce el presidente salvadoreño Mauricio Funes: “(Lula es no sólo un) amigo personal sino un gran aliado en el campo de las políticas sociales para luchar contra la pobreza en que viven amplios sectores del pueblos”.
En sus años de gobierno Brasil se ha convertido en la única gran potencia latinoamericana, admitido incluso por el propio presidente de México, Felipe Calderón en una entrevista en el diario El País: “Lula tiene un gran carisma y Brasil un gran liderazgo y nosotros no tenemos ningún empacho en reconocerlo. ¡Qué bueno que lo tengan! Hacen falta liderazgos responsables”.
Pero además Lula ha trabajado por transformar a Brasil en un actor con fuerte presencia mundial: ha impulsado las reuniones de los Bric con Rusia, China e India, del Ibsa con Sudáfrica e India, ha multiplicado su presencia en África -una de las obsesiones personales de Lula-, y ha empezado a jugar fuerte en la política internacional, como se vio en el tema de Irán.
Esas posturas le han valido duras críticas también por su cercanía a regímenes como el de Hugo Chávez o el de los ayatolás. El Premio Nobel Mario Vargas Llosa aseguró en su día que pareciera que Lula apoya a “dictadores o aprendices de dictadores” por “razones de estrategia política”, cuando la política y la moral, añadió, “no deben estar disociadas”.
Aunque para otros, Brasil se ha convertido en un colaborador en el mantenimiento de la estabilidad mundial. El ex presidente de Estados Unidos Bill Clinton destaco esa faceta de Lula da Silva: “bajo el liderazgo de Lula los brasileños se han puesto en el lado positivo de la interdependencia global…Lula se ha destacado como un líder responsable y ha llevado a Brasil a hacer negocios con el resto del mundo”.
El futuro de Lula
¿Qué será de Lula da Silva en los próximos años? Por ahora existen muchas especulaciones y pocas certezas. Se dijo que podría aspirar a secretario general de Unasur o de la ONU. Queda claro que no desea ningún cargo internacional. El mismo aseguró que “La ONU necesita un técnico competente y no un presidente fuerte…Si un ex presidente de Brasil va a la secretaría general de la ONU, después podría ir un ex presidente de Estados Unidos y ahí las cosas serían más difíciles”.
Lo único seguro es que no va a dejar la política pues sería, en sus propias palabras, “como dejar de comer o respirar”. Insiste en que no interferirá en el gobierno de Dilma Rousseff (“Yo ya les he dicho a ustedes que, a rey muerto, rey puesto”), pero, a la vez, ha llegado a decir que ”quien esté pensando que al dejar la presidencia me voy a ir a París o a Harvard o no sé adónde, se equivoca. Voy a viajar por el país entero para ver lo que hice, y si viese alguna cosa errada voy a decirle: ‘Mira, aquí hay algo que no funciona. Tú, hija mía, puedes hacer lo que yo no conseguí…Esa es la contribución que un político tiene que hacer a Brasil”.
También ha asegurado que quiere impulsar el proyecto de llevar a países pobres de América Latina y África la experiencia acumulada por su administración de combinar crecimiento económico con políticas de transferencia de ingreso: ”Me siento con bastante energía para contribuir con la construcción de naciones prósperas, con pueblos que vivan en libertad y con justicia social”.
En política nacional ha adelantado que desea actuar dentro de su partido, el de los Trabajadores, para impulsar las reformas política y tributaria, que su gobierno no logró aprobar. Parece que no quiere aspirar a la reelección en 2014 (“Dilma será mi candidata en 2014. Me parece justo y legítimo que el que está ejerciendo el mandato pueda intentar la reelección”), pero no descarta volver a ser presidente pues se siente como “un político nato. Uno nunca puede decir que no”.
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