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La presidenta Rousseff tomó distancia de la gestión de Lula en la relación con los medios. Las denuncias tienen alto impacto político.

Por Leandro Dario

Dilma Rousseff no se cansa de marcar diferencias con su antecesor Luiz Inácio Lula da Silva. Tras el primer escándalo de corrupción que involucró a Antonio Palocci, su jefe de Gabinete, la presidenta no dudó esta semana en eyectar del gobierno a su segundo ministro, el responsable de Transportes, Alfredo Nascimento, tras ser denunciado por fraude y corrupción. Y la prensa brasileña percibió esas decisiones como un esfuerzo por deshacerse de la “herencia maldita” de escándalos de corrupción de la administración anterior y marcar un quiebre con respecto al ex jefe de Estado, que frecuentemente se enfrentó a las empresas propietarias de medios de comunicación.

Ante las investigaciones del diario Folha de Sao Paulo y la revista Veja, la ex guerrillera optó por desalojar del gobierno a los funcionarios implicados, lo que despertó una incipiente luna de miel entre la prensa y la presidenta. “No sé si cambió la relación de Dilma con el periodismo. En todo caso, considero que se modificó el trato de los medios con respecto a ella”, aseguró a PERFIL Pablo Gentili, director de Flacso Brasil. “La prensa trata a Rousseff de forma menos agresiva que a Lula. En la campaña la atacaban por haber sido guerrillera y por sus posiciones sobre el aborto. Pero cuando asumió el mandato, hubo una especie de tregua. Los medios entienden que hay un distanciamiento entre la forma de gobernar de Rousseff y la de Lula”, completó Gentili desde Río de Janeiro, al tiempo que evaluó que no hay cambios estructurales en las políticas públicas de ambas gestiones.

“Los jóvenes, trabajadores o estudiantes no presentaron hasta ahora la más mínima reacción ante la corrupción –escribió Juan Arias en El País–. Curiosamente, la más irritada ante el atraco a las arcas públicas por parte de los políticos parece ser la presidenta”, escribió Arias en una columna publicada esta semana, al comparar la diferencia entre los indignados españoles y el debate político y social en Brasil.

Nascimento había quedado en la cuerda floja el sábado pasado, después de que Veja denunciara supuestos actos de corrupción con licitaciones de obras públicas convocadas por el Ministerio de Transportes.

Según la revista, dirigentes del Partido de la República (PR), al que pertenece Nascimento, arreglaban con el ministro esos concursos y a cambio obtenían grandes comisiones de parte de empresarios. El mismo día en que la publicación salió a la calle, el ministro de Transportes anunció la destitución de cuatro de sus más cercanos colaboradores, así como negó en forma tajante su participación en los delitos ventilados por Veja. Sin embargo, a la semana siguiente la presidenta lo destituyó del cargo.

Esas actitudes marcaron un antes y un después con respecto a los enfrentamientos que protagonizó Lula con algunos medios de comunicación, a los que fustigó por sus denuncias y posiciones críticas con respecto a su gestión.

“Basta ver algunos diarios de Brasil. Ellos deberían tener el color del partido que defienden y parar de hablar de neutralidad en la elección. Cierto tipo de prensa ejerce la oposición en este país”, disparó Lula durante la campaña que llevó a Dilma al Palacio del Planalto. Ahora, la presidenta optó por castigar a sus funcionarios acusados de corrupción y evitó confrontar con la prensa.