Lula da Silva “no hizo un gobierno socialista sino un gobierno de socialización” que tuvo sus ejes en la lucha contra la desigualdad, la pobreza y la injusticia social “sin el componente del antagonismo de clases”, opina el analista Pablo Gentili.
Desde antes de llegar a la presidencia, el 1 de enero de 2003, la figura de Luiz Inácio Lula da Silva se construyó sobre su imagen popular, su pertenencia a la clase trabajadora de la que emergió como símbolo de la ascenso social, pero los logros sociales de su gobierno lo pusieron a la altura de mitos populares como los ex presidentes Getulio Vargas o Juscelino Kubitschek.
“El padre de los pobres”; “el líder”; “el mayor estadista”; “el mejor presidente”; “un enviado”, son algunos de los apelativos que el presidente Lula da Silva -quien dejará el gobierno este sábado- recoge en las clases medias y populares de Brasil, las que llevaron sus índices de popularidad a más del 80 por ciento y los de aprobación de su gestión a casi el 90 por ciento, algo inédito en el país.
“El personalismo es una característica del electorado brasileño que Lula da Silva supo aprovechar para consolidar su liderazgo, es un modo en que los brasileño se relacionan con la política por sobre encima de los partidos”, explicó el cientista político brasileño David Fleischer en diálogo con Télam en una primera explicación a la relación de una población con su dirigente.
El fenómeno del lulismo, tal como lo definen los cientistas políticos al intentar explicar ese mito en construcción, se inició desde su trayectoria como líder sindical en Sao Bernardo do Campo, una de las ciudades del cordón industrial paulista y se consolidó con su llegada al gobierno en 2002, su reelección en 2006 y se cerró en la campaña que permitió elegir a su sucesora Dilma Rousseff.
Hay elementos de la persona y la historia personal de Lula da Silva que son punto de partida para la construcción de ese imaginario popular: el origen popular de aquel niño que emigró al sur con su familia de la pobreza del nordestino Pernambuco, que perdió un dedo trabajando en una fábrica, que se convirtió en líder gremial y luego en presidente de Brasil y uno de los líderes más reconocidos del mundo, es simbólicamente fuerte.
El carisma del mandatario brasileño también alimentó ese fenómeno desde el discurso y lo gestual al recordar historias propias con las que se identifican los sectores más pobres de Brasil, con un lenguaje llano y popular, una apelación permanente a la defensa de los derechos sociales, a los cambios con los que se asocia su gestión y su repetida frase contra los opositores de que “quienes atacan a Lula en realidad atacan al pueblo”.
Ese mito popular que asocia la figura de Lula a la de un padre proveedor de bienes y beneficios a los que hasta hoy nunca habían podido acceder, se explica en un conjunto de políticas basadas en la redistribución de ingreso, los programas sociales, la promoción del empleo, las mejoras y el acceso en salud y educación, el aumento del salario mínimo y la recreación de un mercado interno fuerte para todas las clases.
“Bajo sus ocho años de gobierno, 28 millones de brasileños salieron de la pobreza extrema; otros 30 millones ascendieron a una nueva clase media que por primera vez es más de la mitas de la población del Brasil, y como si fuera poco los pobres ganaron más que nunca, y los ricos también ganaron más que nunca”, describió Pablo Gentili, director de Flacso Brasil, al hablar de “una revolución social” del gobierno de Lula.
“Su popularidad es resultado de la eficacia de la política social”, afirmó el cientista argentino en diálogo con Télam al destacar que Lula da Silva “no hizo un gobierno socialista sino un gobierno de socialización” que tuvo sus ejes en la lucha contra la desigualdad, la pobreza y la injusticia social “sin el componente del antagonismo de clases”.
Pero las políticas y el discurso también exploraron espacios inéditos hasta hoy en Brasil, como lo fue el rol de la mujer que siempre graficó en la imagen de su madre Eurídice Ferreira de Mello o Doña Lindú, lo que “acabó captando un sentimiento importante de la sociedad con una sensibilidad que le permitió hacer una historia muy contemporánea para esta sociedad”, destacó la analista en marketing y comunicación Fátima Pacheco Jordao.
Ese componente extra para fortalecer una hegemonía, que refleja el crecimiento del rol la mujer, la participación igualitaria en el mercado, el papel de la madre en las familias que las tienen como único sostén, fue una cuestión de género poco discutida hasta hoy y que Lula de Silva llevó hasta el momento de elegir a quien sería su sucesora en el cargo.
Su popularidad y su predominio sobre el Partido de los Trabajadores le permitió elegir e imponer a su sucesor y abrir la posibilidad de una nueva ruptura en la política brasileña: si Lula da Silva fue el primer obrero sin título universitario en llegar a la presidencia, Dilma Rousseff será la primera mujer en romper la hegemonía masculina.
A pocos días de su salida de gobierno, el análisis más recurrente al analizar el mito del líder es la comparación con el ex presidente Getulio Vargas con quien Lula comparte un estilo personalista y popular, y con quien gusta equipararse en sus discursos sobre la base de la transformación social, los derechos de los trabajadores, y el desarrollo industrial.
La historia dirá si la confirmación de los logros en estos ocho años de gobierno le dan a Lula el mismo reconocimiento que la historia ya le dio a Vargas, y si como éste hiciera años después de su primer mandato, intenta volver al gobierno.
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