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La presidenta de Brasil cumple hoy sus primeros 100 días de gobierno, que resaltan la continuidad del modelo de su antecesor, Luiz Inácio Lula da Silva.

Desde que llegó al sillón del Palacio del Planalto, Rousseff adoptó la continuidad de las principales políticas que marcaron los dos gobiernos de Lula da Silva orientadas a sostener el crecimiento económico con distribución de la riqueza, que la mandataria no dudó en calificar como “herencia bendita”.

Según la última encuesta divulgada por el Instituto Brasileño de Opinión Pública y Estadística (IBOPE, privado) tras tres meses en el poder, el desempeño personal de la presidenta es aprobado por el 73 por ciento de la población, y su gobierno es evaluado positivamente por el 56 por ciento de los electores.

Para Pablo Gentili, director de Flacso Brasil, “en las políticas no hubo cambios significativos de orientación general, aunque sí un estilo diferente en la gestión de algunos campos, como la política exterior o los derechos humanos, pero que en nada significan un cambio de rumbo”.

“Era previsible un nuevo estilo de intervención política por trayectoria y por personalidad, pero no creo en las discusiones de medios e intelectuales sobre un esfuerzo de Dilma por diferenciarse del ex presidente Lula. Por el contrario, se ve una sintonía prácticamente en todo”, aseveró a Télam Gentili, un académico e investigador argentino radicado en Río de Janeiro.

La prensa brasileña resaltó como principal diferencia el apoyo del Palacio Itamaraty a la designación de un relator de la ONU para verificar la situación de los derechos humanos en Irán, a contramarcha de la tradición de los últimos ocho años.

Para Gentili, más que diferencias “lo que Dilma está haciendo es dar un papel central a su política de derechos humanos que da nuevo marco a la dimensión de la intervención internacional de Brasil”, en una materia que se anticipa “estratégica hacia adentro y hacia afuera del país” y que da contexto al tema Irán.

Para el consultor y analista político Ricardo Guedes, Rousseff en el tema particular de Irán “hará sentir su condición de mujer, y tendrá una política externa mucho menos politizada que durante el gobierno de Lula, con un mayor peso del Ministerio de Relaciones Exteriores” a cargo del canciller Ricardo Patriota.

En diálogo con Télam desde Belo Horizonte, Guedes destacó que Rousseff “va muy bien en la imagen popular porque representa la continuidad del gobierno de Lula y porque se muestra como una gran administradora pública y bastante discreta en sus actos”, lo que la lleva a “tener una mejor evaluación que la que tenía su antecesor al mismo momento de su mandato”.

El analista comunicacional responsable de la Consultora Sensus -una de las más reconocidas en Brasil por sus encuestas- destaca en ese sentido que el gobierno de Rousseff goza hasta hoy “de una muy buena voluntad de la prensa tradicional” que tuvo un fuerte enfrentamiento con el Ejecutivo durante la última etapa de Lula.

Además, y gracias a una coalición de partidos amplia aunque heterogénea, Rousseff cuenta con una abrumadora mayoría en el Congreso, que acompañó sin disidencias la instalación del gobierno, y hasta ahora no recibió ataques duros de una oposición -encarnadas por el Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB) y el partido Demócratas (DEM)-, desarticulada por la derrota de las últimas elecciones de octubre.

El DEM se debilitó aún más en marzo, cuando varias de sus principales figuras abandonaron la agrupación para fundar el Partido Social Demócrata (PSD), cuyos primeros mensajes fueron de acercamiento ambiguo tanto hacia el gobierno como hacia el nuevo referente, y ya considerado presidenciable, que surge desde Minas Gerais, el senador pesedebista Aecio Neves.

Sin embargo, algunos analistas advierten que este apoyo amplio de la llamada “base aliada” representa, al mismo tiempo, el principal reto que afrontará Rousseff en los tres años y nueve meses que le quedan de mandato.

Según el filósofo Marcos Nobre, de la Universidad de Campinas (Unicamp), citado por la agencia DPA, para hacer frente a los problemas que amenazan a Brasil, como la inflación en ascenso y la constante apreciación de la moneda nacional, el real, la mandataria tendrá que decir “no” a las demandas de muchos de sus aliados.

“Ella recibió una cantidad enorme de acuerdos hechos por Lula, y todos muy generosos. Son acuerdos con centrales sindicales, partidos, empresarios, mercado… Pero Dilma no tiene cómo mantener a todos. Hay un límite”, sentenció.